A día de el día de hoy, el mercado de futuros está descontando una subida fundamental. Por poner un ejemplo, el contrato de diciembre del dos mil veinte cotiza a cuarenta y siete dólares americanos por barril, por encima de los treinta dólares estadounidenses por barril del mercado físico. El coste del futuro representa una media ponderada de las esperanzas y acciones colectivas de los participantes en el mercado, y el coste al que compradores y vendedores están prestos a intercambiar petróleo físico en el futuro, en un caso así prácticamente 5 años.
Las esperanzas alcistas del mercado son compartidas por otros muchos participantes en el mercado como la Opep o bien la Agencia Internacional de la Energía, que estiman que el petróleo volverá a los ochenta dólares americanos por barril en el 2020. Su análisis se fundamenta esencialmente en la batalla por la oferta. Piensan que los costos actuales destrozarán una gran parte de la oferta como inversión. Creen que el petróleo sostendrá su dominio sobre el mercado del transporte, y que la Opep reanudará el control.
Aquellos preparados apostar a la baja contra el acuerdo y el mercado, entre aquéllos que me encuentro , nos fundamentamos en que aparte de la batalla por la oferta, el futuro del coste del petróleo depende en una gran parte de la batalla por la demanda, en la que el petróleo -por vez primera en más de cuarenta años – va a tener competencia directa en el planeta del transporte, lo que limita el poder y control de la Opep.
El tiempo afirmará quién lleva razón, mas las implicaciones son enormes, tanto para el mercado de la energía para la economía y mercados globales. Por este motivo creo que vale la pena examinar en mayor detalle los conceptos de batalla por la oferta y batalla por la demanda, y de este modo comprender los 2 puntos de vista y diferentes escenarios a los que nos encaramos.
La batalla por la oferta encara a los productores y tecnologías de petróleo entre sí: la Opep, dirigida por Arabia Saudí, controla la mayoría de reservas usuales de petróleo del mundo, y compite contra Rusia, USA, Canadá, Brasil, y otros muchos, incluido la China, en una batalla \»todos contra todos\» en la que, con la ayuda de los incesables avances en tecnologías de exploración y producción, procuran aprovisionar al menor costo posible la cantidad de petróleo que demandan los usuarios. Los ganadores son aquellos capaces de generar petróleo a menor costo. Los perdedores aquellos que no son capaces de cubrir costos y se ven forzados a recortar producción.
Por desgracia para el petróleo, la batalla por la oferta asimismo es una realidad en otros hidrocarburos como el lignito o bien el gas natural. Particularmente, el exceso de inversión y capacidad de licuación de gas natural en países como Australia o bien Qatar entre otros muchos, va a producir una gran oleada de sobreproducción en el mercado gas natural licuefactado (GNL), que va a arrastrar consigo a los mercados regionales de todo el planeta. La inversión en infraestructura de los últimos tiempos ha sido enorme, fruto de los altos costos tras Fukushima y las esperanzas de desarrollo de la demanda, que está produciendo una extensa red de gasoductos flotantes por los océanos (que en nuestro libro bautizamos como el ancho de banda energético), y que seguramente resulte décadas de gas natural económico y rebosante en el mundo entero.
Y como bien sabemos, la oferta crea demanda, conque es de aguardar que numerosos países aprovechen el exceso de producción y bajos costes del gas natural para reducir su consumo de otros comburentes más contaminantes, como el lignito, y más costosos, como el petróleo.
La batalla por la demanda encara al petróleo contra otras diferentes fuentes de energía para satisfacer las necesidades de transporte mundiales. Históricamente el petróleo no ha tenido apenas competencia en el ámbito del transporte, puesto que nuestros turismos, motocicletas, trenes, buses, camiones, navíos, o bien aeroplanos han usado eminentemente gasolina, diésel, fuelóleo, y keroseno, todos derivados del petróleo. Los biofueles, el gas natural comprimido (GNC), gas natural licuefactado (GNL), o bien los automóviles eléctricos eran una minoría prácticamente intrascendente en el planeta del transporte. No en España, donde los buses y taxis españoles consumen GNC y propano desde hace muchos años, una práctica que se está propagando por todo el planeta.